Cuando abrimos un libro para niños, siempre notamos la fuente muy legible, las ilustraciones llamativas, el tipo de papel agradable al tacto. Pensamos que se trata de una obra de lectura fácil. Sin embargo, ¿alguna vez han imaginado que traducir textos para niños plantea más retos que traducir para un público adulto? En esta columna se analizarán algunos de los retos más frecuentes que enfrentan las traductoras de literatura infantil, en especial, quienes traducen para el amplio público de Hispanoamérica.
Cuando traducimos literatura para un público adulto, contamos con la complicidad del lector, pues este será capaz de hacer su propia reflexión sobre ciertas palabras, metáforas o alusiones a la cultura a la que pertenece la obra que está leyendo. Sin embargo, esto no sucede cuando el lector es un niño. Para el público infantil, la traductora debe hacer fluida la lectura. La primera regla es traducir con claridad, con palabras fáciles de reconocer y una sintaxis simple, es decir, en la forma sencilla y natural en que hablan los niños. Esta exigencia es el primer reto para la traductora, ya que el público infantil de habla hispana no es homogéneo en absoluto: hay tantas variedades lingüísticas del español como países hispanohablantes.
En su libro Discourse and the Translator, los profesores Basil Hatim e Ian Mason dividen las variedades de la lengua en dialectos geográficos, temporales, sociales, estándar/no estándar e idiolectos. Para la traductora al español, es muy probable que los dialectos geográficos sean de los que representen mayores dificultades. En una investigación de 2009 sobre el tratamiento de las variedades de la lengua, se explica que en español no solo cabe hacer la diferencia entre la variedad peninsular y la americana, sino que se puede distinguir por países, regiones y hábitats, lo cual hace que esta lengua tenga una riqueza léxica infinita. Piensen en todas las variantes de uso coloquial que puede tener una palabra tan simple como “muchacho”: en México, podría ser “chavo”; en Venezuela, “chamo”; en Argentina, “pibe”; en Uruguay, “gurí” y en España, “chaval”. Además, dentro de un mismo país y dependiendo de la zona, hay más de una acepción para el mismo concepto. Retomando el ejemplo de “muchacho”, mientras que en el centro de México se diría “chavo”, “escuincle” o “chamaco”, en el Norte se le llamaría “güerco” o “morrito”.
Cuando se traduce para el público hispanoamericano, el gran reto es que los niños de dieciocho países perciban el léxico de las traducciones como palabras que usan comúnmente. Parecería una tarea fácil, pues las ilustraciones, que por lo regular aparecen en los textos infantiles, son un medio maravilloso para ayudar a identificar los conceptos. Sin embargo, como ya se mencionó, las variedades geográficas del español son un verdadero quebradero de cabeza para la traductora, ya que las palabras no siempre se usan de la misma forma en todos los países. Una palabra sencilla como pen en inglés, en español se puede traducir como “pluma”, “lapicera”, “bolígrafo” o simplemente “boli”. Si el espacio en el libro lo permite, podríamos elegir las dos palabras de uso más extendido, que serían “pluma” y “lapicera”. Si no, lo más común es elegir la palabra que se use en el país que publicará el libro, aunque eso no sea muy justo para los niños de los otros diecisiete países.
Lo más complicado es que una misma palabra puede tener diferentes connotaciones en distintos países. Un vocablo inocente como “papaya”, según la definición del Diccionario de la Real Academia Española, además de referirse al fruto, tiene una connotación sexual en un par de países centroamericanos:
f. malsonante. Cuba y Nic. Órgano sexual de la mujer.
Sin. vulva, vagina.
Si el contexto no permite cambiar la palabra por otra fruta menos “peligrosa”, podríamos hacer una sutil aclaración traduciendo “el fruto del papayo” o usar otra variante geográfica como sinónimo y así evitar una mala interpretación del vocablo: “la papaya o frutabomba”.
Otro reto tan complejo como el planteado por las variedades del español tiene que ver con la traducción de los juegos de palabras. En los libros infantiles es muy común que los autores recurran a las adivinanzas, los anagramas, los acrósticos y otros tantos pasatiempos para despertar la curiosidad de los niños y hacerlos reflexionar sobre las palabras, además de causarles gracia. Tomemos el caso de las adivinanzas. Algunas se refieren a una realidad compartida por los niños, sin importar el país al que pertenecen, y pueden traducirse para un público infantil internacional. Por ejemplo:
Qu’est-ce qui est si incroyablement fragile qu’il suffit de prononcer son nom pour le briser? Le silence.
Para traducir esta adivinanza, podríamos apegarnos a la idea y estructura de la versión original y así lograríamos una adivinanza que también funcionaría en español:
¿Qué es tan frágil que se rompe si lo pronuncias? El silencio.1
Hay otras adivinanzas que son más complejas porque se basan en juegos con los fonemas, como la siguiente:
What starts with T, ends with T and has T in it? A teapot.
En español, habría que hacer unas modificaciones al juego de palabras para lograr una adivinanza funcional. Por ejemplo:
Tengo dos “tes” en mi nombre y una en el rico líquido que te ofrezco. ¿Qué soy? La tetera.2
La traducción se complica cuando el juego de palabras se basa en la pronunciación del idioma original y no hay correspondencia fonológica ni léxica con el español:
What do you call a bird in the winter? Brrrd!
Todavía más difícil es mantener el juego cuando las palabras clave no se pueden traducir porque en español se perdería por completo la gracia:
If Apple made a car, what would it be missing? Windows.
En estos casos, lo más indicado sería reemplazar esas adivinanzas por otras que sí funcionaran en español. Por supuesto, siempre considerando el contexto en que aparecen las originales.
Los retos para la traductora no acaban aquí, pero queda claro que traducir literatura infantil no es tarea fácil. A diferencia de otras áreas de la traducción en las que el uso de la inteligencia artificial puede agilizar el trabajo, la traducción de literatura para niños solo permite la contribución de la inteligencia humana. Como hemos visto, hace falta una sensibilidad particular para recrear el discurso de los niños, poseer un amplio conocimiento léxico y, sobre todo, desarrollar una creatividad sumamente prolífica que ninguna aplicación de IA podría sustituir.
Hatim, Basil y Mason, Ian. (1990). Discourse and the Translator. (p. 39) Longman
Millán, José Antonio y Millán, Rafael (eds.) (1995). Diccionario de la Lengua Española.
Real Academia Española. Edición electrónica, versión 21.1.0. Espasa Calpe.
Ramírez, Ma. Angélica, (2009). El tratamiento de las variedades de la lengua en la traducción al inglés de Como agua para chocolate. Tesis doctoral. Universidad de Alicante.
Angélica Ramírez, Ph. D., nació en la Ciudad de México. Cursó la licenciatura en Lengua y Literaturas Modernas Inglesas y la maestría en Literatura Comparada en la Universidad Nacional Autónoma de México y el doctorado en Traducción en la Universidad de Alicante, España. Estudió francés en la Alianza Francesa de México y en la Université du Québec à Montréal (UQAM). Desde hace tres décadas, ha traducido libros para niños y adolescentes, artículos de investigación, biografías y textos de divulgación científica, además de series y películas para canales de televisión en México e Hispanoamérica. Angélica es profesora en varios diplomados virtuales de traducción en su país y es miembro de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios (AMETLI), la American Translators Association (ATA) y la Organización Mexicana de Traductores (OMT).