Crisis y cambio suelen ir de la mano, y muchos se atreven a decir que no existe una sin el otro. La actual pandemia ha generado crisis en distintos ámbitos de nuestras vidas, tanto profundas como leves, pero independientemente de su magnitud, todas ellas tienen un denominador común: el cambio. En el ámbito lingüístico, este cambio se aprecia de manera bien concreta.
En unos pocos meses, todos incorporamos palabras propias de nuestra nueva realidad. Muchas de ellas habían sido, hasta ese momento, casi privativas del entorno de la medicina, de la estadística y de otras ciencias, pero terminaron por hacerse moneda corriente a fuerza de escucharlas o leerlas en los medios de comunicación. Otras son acuñaciones surgidas de la necesidad de nombrar lo nuevo, de adaptarse a lo incierto, y de asignarle una connotación, positiva o negativa, que nos permita crear algún tipo de orden y retomar, aunque sea de manera efímera, el control que últimamente ha probado ser tan elusivo. Es seguro que muchos de estos neologismos se irán diluyendo con el tiempo hasta desaparecer, pero otros, aunque disminuya su frecuencia de uso, quedarán inmortalizados en nuestro vocabulario.
¡Levante la mano quien no haya tenido una reunión por Zoom o Google Meet! Ante la imposibilidad de reunirnos en persona, tanto los encuentros laborales como muchos eventos sociales y culturales se celebran virtualmente. Por eso ahora, en lugar de tener una reunión, tenemos un «Zoom» o un «Meet», en lugar de celebrar un cumpleaños, celebramos un «Zoompleaños», nos referimos a los niños que nacieron en cuarentena como «coronials», y los sábados por la noche «cuarenteneamos» en casa porque no nos permiten salir. Por supuesto, hay gente que es «anticuarentena», y quienes los critican los llaman «covidiotas» por poner en riesgo a terceros.
Estos «palabros», como denomina la Real Academia a las «palabras raras o mal dichas», conforman una lista cada vez más extensa, y muchos se preguntan cuáles de ellos perdurarán en el tiempo y cuáles caerán en el olvido.
Históricamente, la Real Academia Española se ha tomado su tiempo antes de incluir un nuevo término en su diccionario. Esto se debe a que el proceso de evaluación de nueva terminología pasa por distintas etapas. El órgano que tiene la última palabra es el Pleno de los académicos que, una vez presentadas las propuestas de adición de términos de las comisiones que lo asisten, toma las decisiones pertinentes. Además de las comisiones, el Pleno cuenta con la asistencia del Instituto de Lexicografía, encargado de documentar las propuestas que se enviarán a las distintas academias americanas, cuyos comentarios se tomarán en cuenta antes de tomar la decisión final.
En una determinación sin precedentes, debido a que el período transcurrido desde el inicio de la pandemia podría considerarse breve comparado con los tiempos habituales de evaluación de propuestas de nueva terminología, la RAE ha incluido el término «cuarentenear» y el acrónimo «COVID» en su última edición electrónica. Esta decisión demuestra que, si bien muchos términos se irán con la pandemia, otros, ya arraigados, se han vuelto lo suficientemente importantes como para considerar que están haciendo historia y merecen su lugar en el DRAE. Nosotros, los lingüistas, estamos viviendo esa historia en carne propia y tenemos la responsabilidad de guiar dicho cambio.
Como es frecuente cuando los acontecimientos ocurren demasiado rápido y no hay tiempo para tomar decisiones formales, los hablantes de español en casi todo el mundo «dispusieron» con toda naturalidad que usarían el artículo masculino para referirse al COVID. Pero cuando los lingüistas comenzaron a observar esta tendencia en los medios de comunicación, la discusión sobre el género no tardó en llegar. En un principio, la RAE se pronunció en favor del artículo femenino, argumentando que COVID se refiere a la enfermedad. Sin embargo, los hablantes ya habían incorporado el vocablo en masculino («el COVID», por referirse al virus en sí, de la misma manera en que decimos «el ébola», «el dengue», «el zika», etc.). Ante este proceso ya imposible de detener, tanto la RAE como la Fundéu terminaron por aceptar ambas opciones en sus recomendaciones.
La grafía del vocablo también ha dado bastante que hablar. Por tratarse de un acrónimo, debe escribirse todo en mayúsculas, lleve o no el guion y el número 19, pero debido a que los acrónimos tienen esa costumbre de lexicalizarse —y este lo está haciendo a pasos agigantados—, es frecuente verlo escrito como «covid-19», forma que ahora también se considera correcta. En definitiva, lo único que hay que evitar es la mayúscula inicial (*Covid-19).
Entre algunos hispanohablantes expuestos con frecuencia al idioma inglés, también se han planteado dudas de pronunciación. Es bastante común escuchar el acrónimo COVID acentuado en la primera sílaba, como si se tratara de una palabra grave (o llana). Ante la ausencia de una regla de acentuación prosódica para los acrónimos, lo más natural parece ser colocar el acento prosódico en la última sílaba, como si se tratara de una palabra aguda. Según las reglas de acentuación del español, si quisiéramos pronunciarla como una palabra grave, la grafía debería reflejarlo con una tilde en la «o» al lexicalizar el acrónimo. La ausencia de dicha tilde en la lexicalización nos permite inferir que debemos pronunciarla como palabra aguda.
La pandemia nos ha puesto a prueba desde muchos puntos de vista, incluyendo el profesional. Como con todo gran cambio, adaptarse es esencial para sobrevivir. Podemos resistirnos, nadar contra la corriente, horrorizarnos de los palabros, rechazar el género de los acrónimos, o elegir la sílaba tónica que nos plazca, pero lo que no podemos hacer es detener el proceso de cambio terminológico que la pandemia ha iniciado. Como lingüistas, tenemos una oportunidad única de participar en este cambio de manera activa, mientras continuamos avanzando hacia un futuro poco previsible pero profesionalmente emocionante.